Antonio García Berrio (1940-), catedrático de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado numerosos libros relacionados con propuestas comparatistas o ya en el campo de los estudios teóricos, entre ellos España e Italia ante el conceptismo, Formación de la teoría literaria moderna o Introducción a la poética clasicista. Su obra Teoría de la literatura: la construcción del significado poético, (1989) sigue siendo considerada una referencia ineludible en este campo. Tras ella, ha publicado La construcción del imaginario en “Cántico” de Jorge Guillén (1985) y Forma interior: la creación poética de Claudio Rodríguez (1998), obra con la que se acerca a la escritura de este poeta desde fundamentos antropológicos, estilísticos y míticos que muestran una compacidad espiritual nunca hasta ahora estudiada en tanta profundidad.
Parte García Berrio de una evidencia ya defendida por Humboldt: la preexistencia de la forma interior del lenguaje como estructura constitutiva del espíritu humano, lo que llevaría a un sistema de estructuras simbólico-expresivas universales. Es un primer impulso humano de simbolización, anterior a la enunciación lo que determina íntimas corrientes de analogía sintáctica, fonética y semántica en los textos poéticos.
A partir de aquí, García Berrio analiza la obra poética de Claudio Rodríguez como un proceso expresivo que desarrolla una “forma interior” que termina por ser en Don de la ebriedad “un coloquio apasionado entre la ebriedad del poeta iluminado y su fundamento”, algo que se advierte en especial en los cuatro poemas centrales del libro, “el núcleo mítico central”, desembocadura del “idilio quimérico absoluto del deseo adolescente”.
A partir de Conjuros, se van alzando lo que el autor llama “las estaciones simbólicas del mito del retorno”. Se impone una tendencia hacia el regreso a partir de metamorfosis alegóricas que encuentran su detonante en referencias llenas de concreción, de simplicidad (una viga de mesón, el mundo popular de romerías y fiestas cercanas al poeta, una topografía de primera mano…) pero que van hacia una “creciente claridad objetivada” de símbolos de un consistencia que García Berrio califica de “atormentada”.
En Alianza y condena, el poeta partiría de un fracaso. No le bastaba la compañía gozosa del pueblo ni el retorno al hogar, a la “casa patria”. Leopardi y Hölderlin, concluye García Berrio, fueron ensayos que ahora se pierden en el trayecto de esa “narración mítica” que es Alianza y condena, un trayecto donde el poeta se siente entorpecido por las cáscaras que impiden llegar al núcleo germinativo de tantos poemas anteriores pero que empujan al poeta hacia merodeos necesarios y fértiles en torno al misterio del conocimiento (en este sentido, García Berrio insiste en la importancia de “Brujas a mediodía”, primer poema del libro), sólo posible si se sabe contemplar la pluralidad “entrañable” de las cosas del mundo y de los hombres, su relación llena de entramados simbólicos, necesarios de capturar con la mirada y hacerlos experiencia a partir de una fragmentación retórica que ya avisa de la imposibilidad de aquella aspiración a la unidad de Don de la ebriedad, y que anuncia los poemas de los dos libros siguientes y últimos, El vuelo de la celebración y Casi una leyenda, en los que nuevas vetas de interés centran el discurso del autor.
La concentración temática en torno a signos de destrucción domina El vuelo de la celebración (1976). De ahí que García Berrio se detenga con especial atención en la imagen de la herida, que impera en buena parte de este libro, que moviliza un surtido de metáforas que acercan la esperanza al dolor, la germinación a la putrefacción (la almendra en el ataúd, para decirlo con palabras del propio Claudio). Y, sin embargo, hay una remontada sublimidad a medida que el libro avanza, a favor de la celebración de la vida, sea en la intimidad del erotismo de poemas del libro o en la declaración epifonética que cierra “Salvación del peligro”: “Miserable el momento si no es canto”.
Casi una leyenda sería el producto de una crisis meditativa en la que aparte de avatares personales juega un papel importante esa conciencia de fragmentaciones de la experiencia que implican a contrarios en la aventura que es vivir; de ahí que el poeta –y García Berrio toma esta afirmación como punto ancilar de su análisis- haya definido este último libro suyo como un mosaico en el que los temas se conjugan y a la vez se destruyen. La memoria, recuerda García Berrio, ya es aquí factor experto que presta “profundidad dolorida de abismo irremediable a este lamento telúrico, universal, de un corazón y un instinto gastados en la vida, casi sin otros ecos ya registrables que las inercias memoriosas” (p. 707), definición emocionada y cabal del último sentido de Casi una leyenda, donde al balance diacrónico antitético pasado/presente hay que añadir la poderosa “suite final sobre la muerte” donde, dice García Berrio, el primer poema –“Los almendros de Marialba”- representa la mirada más diáfana de los seres por el paso de la existencia al ser estos árboles “antídoto de resurrección contra la sombra tétrica”, dato que culmina en los últimos poemas del libro, poemas de despedida en todos los sentidos posibles de Claudio Rodríguez.