Ángel Rupérez (Burgos, 1953-), atento estudioso de la lírica inglesa, y poeta él mismo, se ha ocupado repetidas veces de la poesía de Claudio Rodríguez; a su cargo estuvieron las ediciones de dos antologías del poeta zamorano (Mondadori, 1992 y Espasa-Calpe, “Austral”, 2004). En ambas, Rupérez hace sendas introducciones detenidas (“La vida para siempre” y “Donde cuaja el ser”, respectivamente) que aportan interesantes modulaciones muy personales al sentido de esa poesía.
“Cuando un poeta mira hacia sí mismo lo que busca en el claroscuro de su conciencia es un refrendo que justifique algunas de las razones de por qué, y de qué manera, ha vivido”. Esta aseveración de Ángel Rupérez, que aparece en su introducción a la antología de Claudio Rodríguez, en Mondadori, (“La vida para siempre”, Poesías escogidas, pág. 38), da una imagen cabal de Claudio Rodríguez como poeta “que en ningún momento renuncia a ser un hombre entre todos los hombres” y así “quiere que de su soledad salga la hermandad, una especie de exigencia moral”.
Esta afirmación refleja el sentido culminante de la poesía para Claudio Rodríguez, que previamente Rupérez analiza pormenorizadamente libro por libro. Así, plantea Don de la ebriedad como una obra que no es sólo una sostenida “exaltación adolescente” sino algo más entrañado, la postración de un pensamiento donde se dan cita “una complejidad sensorial” y “una tensión reveladora (…) de la condición ambivalente del hombre, de su destino escindido entre el claro y el oscuro” a través de dos grandes movimientos temáticos que dominan este libro: un sentimiento de exaltación y una conciencia de poquedad, de separación que se irá imponiendo “a medida que la realidad deja de ser ella misma (…) y comienza a ser reflejo, vía de fuga hacia el pasado”. Surge así un proceso de luces y sombras, una progresiva sinfonía de claroscuros traducida en los cuatro libros restantes del poeta, desde Conjuros a Casi una leyenda, donde se va haciendo patente, junto a la conciencia exultante de estar vivo, esa convicción de que “el tirón de la belleza del instante no conduce hacia más allá de ese instante, hacia, digamos, su ser profundo, sino hacia el reflejo de la memoria”, lo que ya daría a la poesía del escritor desde ese momento una irrebatible dimensión retrospectiva.
Por lo que respecta a “Donde cuaja el ser”, Ángel Rupérez entra en una introspección de carácter ontológico que vincula la escritura de Claudio Rodríguez con el conocimiento de la realidad como algo que se nos desvela en la materia, en las cosas como “manifestación del ser sentido”. “No hay ser sin materia que pueda percibirse”, concluye Rupérez; y aún más adelante: “El ser es materia dispuesta a ser conocida como tal, como pura materialidad trascendente”. La presencia muy frecuente de Castilla, el camino como proceso primordial que da sentido al poema en Claudio o la búsqueda de una salvación en el hecho de vivir (“¿Todo es resurrección”?, clamará el poeta en Casi una leyenda) son también guías que marcan el sentido de una poesía que tiene como referente final, al decir de Ángel Rupérez, “la pura aprehensión del ser”.