En medio de la farsa de cada día, de la mentira, de la confusión, del egoísmo, de la injusticia y de tantas y tantas putrefacciones de la vida, encontrarse con Claudio es como sorprender un brote fresco de agua o un súbito canto de pájaro inaugural de la mañana. No me refiero ahora a su poesía, sino a su propia persona, tan limpia de mentira, tan cordial, tan natural, tan ofrecida para el abrazo y la charla. Claudio hace la vida limpia, llena de verdad, de calor humano e incluso de inocencia, casi como si estuviera recién creada.
[…] Tampoco le gusta que le hablen de su propia poesía, en la que encuentra la liberación del dolor de cada día, siempre acosante. Por eso os dirá mil veces que la poesía es salvación. Unos dicen que es comunicación, otros, que conocimiento, otros —otro, puesto que soy yo quien lo dice— que es revelación. Pero para Claudio es siempre salvación, refugio, liberación o encuentro con la verdad honda de su propio ser y de la vida.
[…] A Claudio se le quiere como se quiere al agua, al sol, a las acacias. También porque su gran corazón está lleno de niños que juegan en cualquier plazuela de Zamora. Por eso pueden sorprendernos sus caprichos, como, por ejemplo, jugar a la rana en todos los merenderos o barecillos de la ruta entre Almagro y Madrid, y allí, rodeado de camineros y lleno de gozo tras su acierto con la chapa en la boca eternamente abierta del batracio metálico, comenzar a recitar a los mejores poetas ingleses, de cuyas obras están llenas algunas estanterías de su casa.