La tierra está en silencio, est-ce que l’âme du vin ne chantait pas dans les bouteilles?
No hay nadie, no, no hay nadie. Bajo la chepa de los surcos canta
la preñez de los granos. Apenas perceptible tiembla el tiempo —viejo
como un castigo de su misma estulticia—, silba un pardal
haciéndose aladrada, limo, espacio y una tarde inocente mata al día.
No hay nadie y la tierra está en silencio, el silencio vacío donde duermen las dalias.
v
La ciudad ideal al horizonte, muy lejos, como dibujada entre brumas en la terca despedida del sol.
¡Rojiza tierra ésta del poema! Curtidos sembradores: el puritano Thomas, Thomas
Stearns Eliot, convirtiéndose; Charles Pierre Baudelaire, el parisino, manchándose de barro
los botines, de Jean Duval y opio el corazón. ¡Rojiza tierra ésta
del poema! Ah, sí, ¿recuerdas, Claudio? Había sangre siempre
en la puesta del sol: L’homme ivre d’une ombre qui passe. Cielo arcilloso, la llanura,
el páramo encendido. Y callados los robles, las encinas, que conservan más un rayo de sol
que todo un mes de primavera. ¡Qué cosas! ¡Hay que ver! Como la crueldad de abril
en el entierro de los muertos, y no es el mes de abril el más cruel, sí el más impuro…
Todo debió empezar en cierta carretera de chopos, con roderas, dorada y alejándose
en una meditación como de otoño bajo una amarga historia. En cierta carretera
llena de azul inalcanzable encima: Siempre la claridad viene… ¿de dónde? La claridad, ¿de dónde?
¿Acaso no hay principio, ni lugar, ni esperanza y el puro azul que nunca se viola
no estaba aquí, cantaba entre nosotros? Dentro, dentro, quemando, haciendo
amor sabiduría, altura de las águilas del Duero o brisa o aire, que allí sí que pusimos
la voz para que todos la supieran, la poseyeran. ¡Qué cosas, ya te digo! Así pasaba.
¡Buenas tardes, don Carlos, Bon soir, Mister Eliot, Good-evening, God-evening,
ah, Señores poetas, partons à cheval sur le vin pour le ciel!
Nombrar cosas, nombrar vida. Igual que magia inocente, así el cántico, la posesión, pues nuestro
es aquello que nombro, se representa en mí y en mí subsiste y la nada
es parecida al silencio de los campos, es la muerte vacía quand le ciel bas et lourd pèse comme un couvercle,
et de longs corbillards, sans tambours ni musique, défilent lentement dans mon âme,
dans notre âme… Ah entonces, después, ya nunca, nunca.
Pero siempre, Sir Stearns Eliot, la POESÍA importa. Especialmente andando por las tierras
del vino. Nunca tierra baldía, nunca The Waste Land, tal vez. El duro transcurrir por los senderos
de la no realidad: Tierra del Vino, tierra de un vino que jamás se ciega,
vino varón, preñado, amadamado, terso como horizontes y llanuras profundas
et déserts qui nous rendent triomphants et semblables aux Dieux,
todo a pesar, todo además, así de esta manera. Ya nadie lo va a agriar pues ya no hay nadie.
Pienso en las cosas que se han ido: los pájaros, los vientos, la quimera, pienso
en las cosas que se han ido, ¡cuántas! También te fuiste tú, también te fuiste. Tantas se van
y aún sigue atardeciendo. Eliot invita, Baudelaire señala. Sola es la voz que la amistad mantiene.
Y ellos pasan, en paz, por nuestro espíritu. Y ellos pasan, en paz, por esa trocha,
por esa senda donde erró la vida, marcas y más, estigmas, hematomas, roderas
del dolor, silencio hirviente. ¿Somersetshire, París, Madrid, Morales de Toro…? La tarde cae tranquila como un halda
sobre todos nosotros. Hay que nombrar las cosas, si no mueren
perdiéndose en el mar, en la marea. Hay que denominarlas e indagarlas.
Y vivir. Que ya la noche hace su asomo y muy borrachos vamos a estas horas
y por los tesos y las jaras hembras en la sombra de Valverde
un calandrio es la luz por las encinas.