[…] Quizás lo más importante de tu poesía es que acompaña, da aliento y ganas de vivir en los momentos más difíciles. Aquel arranque tuyo de Don de la ebriedad, “siempre la claridad viene del cielo”, tiene más sentido ahora que cuando lo escribiste.
En Alianza y condena escribiste: “La cáscara y la máscara / los carteles, los foros y los claustros / diplomas y patentes, halos galas / las más burdas mentiras…” Toda aquella farsa del mundo de los años sesenta en España sigue siendo verdad, aunque nadie quiera volver a ese “antes” mítico y reaccionario del franquismo. Tu poesía, ya ves, no envejece, porque precisamente va dirigida al mismo corazón de la realidad; aunque esta realidad sea tan circunstancial como lo es la realidad.
[…] Porque tu poesía es esa minuciosa combinación de expresiones robadas a la vida, a esa epifanía del habla cotidiana de la que hablaba Joyce, y un lento trabajo de depuración, revisión, sobeo, peso y cálculo del lenguaje, porque tu poesía es eso, vida de la vida y vida del lenguaje, se nos hace cada día más imprescindible.
—“Carta desde Manhattan”, Compás de Letras, Universidad Complutense de Madrid, nº 6, junio 1995, págs. 209-210.
[…] Siempre me ha parecido tu “Cantata del miedo” un poema castigador y salvador. Castigador, porque en él se revela tu destino (y el mío tantas veces se me ha revelado en tu poema); salvador porque los versos finales dan aliento, a pesar de la duda, cuando hablando al miedo le dices: “Perdón, porque tú eres / amigo mío, compañero mío. / Tú, viejo y maldito cómplice. / ¿El menos traicionero?”.
Con la duda final no estoy de acuerdo, porque tú sabes que la interrogación es retórica y que en verdad nunca el miedo traiciona. Pero al final el que te traiciona ya no es el miedo sino el pensador que hay en ti, en tu poesía. El miedo, tal y como tú lo sientes y lo haces sentir en este poema, es el estado más puro del ser humano, porque hace que uno se sepa doblemente identificado con el mundo: como individuo y como ser social. Más que el amor, más que el odio, el miedo hace patente nuestra vulnerabilidad y nuestra dependencia de los demás. Esto es lo hermoso y lo terrible a la vez. Bien dices tú al principio que “es el tiempo, es el miedo / los que más nos enseñan / nuestra miseria y nuestra riqueza”.
[…] Este último lenguaje tuyo, de albañil metafísico, me parece quizás lo más afortunado, porque a fin de cuentas toda tu poesía es ese refugio para un niño asustado, es esa casa que tú has tratado de construir con las palabras para que en ella quepa todo tu ser y toda tu vida, tus muertos y tus vivos, tu amor y tu temor, tu España y tu Zamora, tus poetas muertos y tus vivas tabernas, tu miedo que eres tú, como tú eres tu alegría. Esa alegría que yo he tenido la suerte de compartir contigo y con Clara tantas veces. Va todo mi cariño.