[…] Tanto Jorge Guillén como Claudio Rodríguez, en sus dos primeras obras son ejemplos de algo que se ha dado poquísimo, al menos desde el romanticismo, en la cultura occidental: incesante optimismo, alegría, entusiasmo por la realidad de las cosas y de la materia.
[…] Ahora bien, en Claudio, el incesante encabalgamiento produce un efecto ocultador del ritmo y rima, conservándola al mismo tiempo, y eso proporciona un curioso juego parecido al de la coquetería: mostrar y, sin dejar de mostrar, ocultar lo que se muestra, y ello con un sentido muy propio. Se halla en relación, creo, con el aparente ruralismo, que tanto ama Rodríguez, y que curiosamente no es sino una metáfora o alegoría de esa trascendencia del gran vuelo al que nuestro poeta aspira.
[…] Y hablemos ahora de la nota más sorprendente de este sorprendentísimo poeta: su diferencia con todos los poetas de la posguerra, sin dejar de unirle a ellos lo más esencial. En la posguerra impera el realismo, y sobre todo una de sus formas: la poesía social. Claudio se une a este realismo con la fuerza y la magia del ruralismo castellano que le caracteriza. Mas, como he dicho, lo trasciende, y cuando habla, por ejemplo, de la ropa tendida, el tema resulta disémico: habla verdaderamente de eso, de ropa tendida, pero eso además es metáfora del alma, de lo aéreo y trascendente. Y si se refiere a una contrata de mozos, no alude sólo ni principalmente a ese dato tomado de la realidad: lo que canta también es la solidaridad humana. Y ahí tenemos otro gran tema, muy propio asimismo de la poesía que es coetánea a la de nuestro poeta.
[…] Hay en efecto un exacto ajuste entre el frescor natural de la voz de nuestro poeta y el frescor natural del mundo cantado por éste. De un lado, se interesa Claudio por los seres más puros y llenos de veracidad que encuentra a su alrededor (un gorrión, unos papelillos que vuelan con el viento, un viejo rural lleno de amor y de verdad) y de otro lado nos habla con un lenguaje que ha sido aprendido no en la literatura, sino en la vida, en el habla de la plaza de su Zamora natal, de tan castizo y antiguo como limpio decir, ese decir no contaminado de los habitamentos extranjeriles que hoy nos asaltan desde todos los sitios.
[…] Claudio Rodríguez no necesitaría firmar sus obras. “Por sus obras lo conoceréis”, como podríamos evangélicamente decir de él. En este sentido Claudio Rodríguez es tan distinguible y propio como puede serlo en nuestro siglo un Juan Ramón, un Guillén, una Aleixandre o un Lorca.
[…] Claudio Rodríguez invierte los términos de la fórmula generacional y presenta el canto en un primer plano. Reivindica, pues, el canto como componente primordial del lirismo, y esto le proporciona una singularidad añadida a su voz.